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¿Nunca se han preguntado por qué no son felices los que trabajan en las tiendas de telas?

  • Edgar
  • 3 sept 2017
  • 3 Min. de lectura

Uno generalmente no quiere acercarse a este tipo de lugares en los que, con seguridad, encontrarás viejecitinas y cuarentonas (algunas adorables y otras... no tanto). Pero cuando tu madre necesita algún tipo de tela u objeto de fantasía para sus singulares actividades de repostería o decorados, bueno, no te queda elección.

Lo verdaderamente malo, es que en mi caso es más frecuente de lo que me gustaría, no hay año en la que no me vea obligado a entrar a este tipo de establecimientos, pues, siempre se requiere un regalo de último momento. Un presente navideño. O de plano un servicio de manteles para un baby shower. Al principio del todo, no resulta ser una mala experiencia, me gustan este tipo de lugares, digo, es bastante placentero pasearse por pasillos llenos de las telas más suaves y los colores más extravagantes. Echarle un vistazo a las figuritas de foami y unicel, producto de la más trillada mente de diseñador. O disfrutar el olor a mantel viejo que impregna el local por naturaleza y lo recorre de esquina a esquina. Y no sé ustedes, esto es un motivo más para existir.

El problema comienza a radicar cuando notas -imposible no hacerlo- que no existe empleado que tenga una sonrisa pintada en el rostro; pareciese que, en el contrato donde avalan ser esclav... digo prestar sus servicios, se estipulara que se debe estar mal encarado y tratar a los clientes como si fueran un matrimonio de más de cuarenta años en el que te sientes atrapado y ya no soporta. Vaya, es entendible que trabajen en pésimas condiciones, donde los explotan a cambio de muy poca remuneración económica, además de que sus jefes son verdaderos demonios incomprensibles que gozan del sufrimiento ajeno y de la tortura psicológica y laboral, pero eso no les da derecho a desquitarse con nosotros y tratarnos con las patas. Claro que es comprensible que habitan en los escalafones más bajos de la pirámide laboral. Que son el tipo de trabajadores de los que se sustentaban las revueltas marxistas a principios del siglo XX. Que al final del día estás lleno de pelusa y brillantina que ni el agua fría, de la pensión en la que viven, quitan. Pero, ¡por favor! Nosotros también odiamos ir ahí.

O acaso, el motivo de su infelicidad infinita será el hecho de que diariamente se deben de encontrar con diversos clientes cuyo estado de ánimo deplorable, contagia el ambiente y nos hace sentir miserables a todos los demás usuarios y a los mismos empleados. Esas personas que van a la tienda sólo para comprar el botoncito que se le cayó a su suéter favorito y por lo que actúan cómo si su pareja hubiera huido con alguien cien veces mejor -que en muchos casos es un común denominador-. Cómo si el SAT les hubiera embargado toda sus propiedades. O cómo si hubieran ocasionado una carambola vehicular en el estacionamiento de la plaza.

O será que todas las mañanas, de camino al trabajo, deben de cruzar por el valle de la discordia, el bosque de los lamentos, el río de las lágrimas agonizantes y el desierto de las pesadillas, en donde son atacados por bestias de ultratumba que se alimentan de la felicidad y el ánimo de sus víctimas.

Lo peor, es que es un fenómeno de siempre, no hay tienda de telas a la que vaya y me reciban con una sonrisa de felicidad y amor a la vida, en la que los trabajadores laboren en armonía y se apoyen entre sí, mientras sus movimientos coordinados crean una danza natural que te cautiva y te obliga a comprar mucha mercancía. Pero, pareciese es una política empresarial, pues, en TODAS, te reciben como si fueras parte de los cómplices del saqueo a Veracruz de Javier Duarte y la farsa de las quimioterapias. Falta que te agarren a madrazos. O te linchen. O de plano te escupan la tela como restaurantero de quinta.

Aparte, el trabajo no es tan malo: imagínese a usted mismo trabajando en el paraíso de los manteles de fonda, la tela de botargas baratas que suelen pelear en los videos de YouTube, y los pasillos ultra-estrechos, donde es posible que te pierdas una semana entera sin que nadie te encuentre. ¿Quién no podría ser feliz? Yo no lo entiendo...

O claro, el principal problema, es que aún no comprenden el mítico arte del tejido, la confección, el corte y macramé. Pues de lo contrario, entrar a una tienda de telas sería una experiencia casi idéntica a ver Mamma Mia en el cine. Pero no, pareciera una adaptación de un mal collage de los Miserable dentro de una serviplaza.

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