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"Negativismo autoprovocado: La soledad".

  • El Oblivion
  • 17 jun 2018
  • 6 Min. de lectura

"El caminante sobre el mar de nubes" de Caspar David Friedrich.

A veces, muy a veces y en pocas ocasiones, un ser humano "común", o por lo menos atado a lo normal, no puede evitar sentirse abrumado por una extraña descarga de "negativismo autoprovocado". ¿A qué me refiero en concreto? Pues, imaginemos que frente nuestro tenemos una gran linterna de luz azul rey y justo debajo de esta, hay un, aún más obvio, letrero de caracteres rosado neón que dice: "No tocar, está muy caliente". Sabiendo lo anterior y comprendiendo empíricamente lo que ocurrirá si desobedeces el señalamiento, decides poner el índice sobre la superficie cristalina de la lámpara, chamuscando la yema de tu "apéndice para tentar".

A eso le llamo yo "negativismo autoprovocado".

También se le puede llamar "El Síndrome de la Rata Envenenada", pues, en el agónico momento en el cual, debido a un potente tóxico, los intestinos del roedor están siendo mutilados, este decide azotar, con sus últimos augurios de voluntad y fuerza, su cabeza contra un sólido muro de concreto.

O bien, para los amantes de la historia: "La invernal invasión a Rusia". Pues cuando tienes toda la estadística en tu contra, prefieres dejarte llevar.

Entonces, comprendido este fenómeno, pues, es algo que de alguna forma todos hemos experimentado, es nuestra tarea entender como podríamos manejarlo de la manera menos exigente posible (esto lo haré en una serie de escritos, que, no se cuando publicaré y completaré). Ya que, al momento de ser, este, poseedor de tu cuerpo, creemos que somos provocadores y maquiladores de todo el mal y villanía del planeta.

Como primera parte, conozcamos a la "soledad".

Si bien, el concepto de soledad está relacionado al vacío, la nada y el olvido, muchas veces nos sentimos solos cuando no procesamos que en verdad no lo estamos. Si bien, este cliché, es cursi como un ramo de rosas en San Valentín, al igual que todos los lugares comunes de los cuales nos aprovechamos, es bastante real. Uno nunca está ni solo, ni abandonado, pues, aunque se trate del cajero que te recibe en una tienda de autoservicio, habrá alguien que te ofrezca una sincera sonrisa o te preste atentos oídos.

Una referencia a ello la podemos encontrar en la fantástica novela de Michael Ende: Momo.

Sin embargo, cuando te rodeas de muchos entes, te das cuenta de que la incondicionalidad es un constructo romántico que nosotros mismos creamos para sentirnos importantes y ventajosos por sobre otras personas. Son, sin duda, increíbles esos aires de superioridad que nos regalan la admiración, apreciación, afecto o cariño de los demás. Pero debemos poder entender, que no sé le puede ser incondicional a ninguna persona, o por lo menos no es saludable, pues todos erramos, todos fallamos, todos nos podemos equivocar y por eso mismo, no tenemos que imantar a las personas y hacerlas perseguir nuestra estela. Ser el imantado tampoco es ideal.

Entonces ahí comienza la soledad. Cuando te das cuenta que nada es para siempre, te vienen a la cabeza constantes ideas automutiladoras: "Todo acaba", "nada nos dura", "soy irrelevante", "nadie piensa en mí". Pero sin irnos a extremismos baratos, todas las proposiciones anteriormente leídas por usted, son tanto falsas, como verdaderas. Estas tonalidades de grises son las que nos permiten ver un poco más allá de lo sentimentaloide y lo derrotista.

Imaginemos el caso de una hombre que, regresando del funeral de su hermano, se sienta en su sillón a escuchar la contestadora de su teléfono. Él, en ese momento, solo convive consigo mismo y las voces de su aparato y, por primera vez, aquel desdichado conoce a la soledad y sus repercusiones.

Cómo un señor de gabardina negra y sombrero bombacho que fuma sentado en la banca de un parque ahuyentando a las palomas; cómo un muchacho enamorado de un charco de agua que refleja su propio rostro; cómo una bailarina que frente a un espejo corrige su propia rutina.

A la soledad también la provoca la dependencia. Cuando tu felicidad, o lo que sea, es supeditada por la presencia de una persona (animal o cosa) y ese ser desaparece de tu vida, se produce un vacío existencial del cual es complicado salir. Einstein explica bien este fenómeno, le llama "Agujero Negro", el cual, es tan masivo que manipula el entorno espacio-tiempo creando un campo gravitacional tan poderoso, que puede, inclusive absorber la luz. Pues ni siquiera esta, tiene la velocidad necesaria para escapar.

Una muy buena amistad, alimentada por los nutrientes del tiempo y las circunstancias. Una relación de la que necesariamente te sostienes, de la que no puedes escapar, pues, es significativamente mucho de lo que posees. De repente desaparece de todo lo que conoces. Una conversación que muere como las hojas que se desprenden de los árboles en el otoño de Octubre. Una carta que se pierde entre las cenizas del fuego. Un abrazo que se vuelve áspero como la corteza de los pinos de Diciembre. Una sonrisa que se esfuma con los dientes de león.

Te acostumbras tanto a una sola persona, que justo cuando esta se va dejas de valerte por ti mismo, de nuevo eres ese bebé inútil que necesita a su mamá.

Dentro de ti, todo se comprime a tal punto que comienza a aspirar tus entrañas, hasta que emocionalmente quedas vacío.

Evidentemente, esto tendría que corregirse cuando superas el "nocivo" sentimiento de soledad. Entonces ese voraz vórtice de terror, cual infante empachado, escupe lo que se tragó, regresando mente y cuerpo a la normalidad.

Pero, ¿cómo logramos enfrentarnos a la soledad? No pretendo ser, en lo absoluto, un pesimista nietzscheano que busca deprimir a sus lectores, pero si bien me he dado cuenta: a la soledad se le puede reconocer, como reconoces a un asesino después de cometer su terrible crimen. Pero ni la puedes prevenir y mucho menos combatir.

A nuestra perpetua amiga no se le encara. Más bien, aprendes a vivir con ella por el resto de tu vida. Porque es asi, llegaste con ella a este mundo y desgraciadamente te has de largar con ella. Hacia el edén te encaminan tres amigas, la muerte, la luz y claro, la soledad. En particular, las tres se conocen y su destino es el tuyo. ¿Por qué entonces las rechazamos tanto?

Pues, es sencillo. En verdad, si analizamos las cosas, este absurdo abandono es una consecuencia, tan solo, de la falta de reconocimiento de uno mismo dentro del universo. Es normal, claro. Así como el cerebro "borra" la nariz de nuestra visión periférica, a veces, nosotros mismos nos suprimimos del grandísimo plano existencial. Ocurre, comúnmente; ver nuestros rostros en una foto u oír nuestras voces en un audio y preguntarnos "¿acaso ese soy yo?".

Esta amnesia accidental es, entonces, la principal mente maestra de lo que llamamos soledad, pues nos olvidamos incluso, de que tan importantes somos para sustentar nuestra propia existencia.

Así que, abusando de la generosidad de mi propio espacio de escritura, recomendaré cuatro canciones que me ayudaron a sobrellevar la soledad y porqué.

En primer lugar, Like a Rolling Stone de Bob Dylan:

Qué es una reflexión de que lo puedes tener todo, hasta que no tienes nada. Y que cuando no tienes nada, la vida es tan jodida, pues, constantemente te recuerda que, alguna vez, lo tuviste "todo".

Segundo, Where Is My Mind de Pixies:

Porque ella misma se da a entender; ella misma se escogió y nunca hay desperdicio; pues, la mente es lo que supondríamos tener por siempre y nos recuerda que, esta también se puede ir.

Por tercero tenemos, Bad Things To Such Good People, cantada por Pedro The Lion:

Pues el título lo dice, sin embargo, el coro es más contundente y fatal. Cuando te sientes verdaderamente en la mierda, no puedes evitar cantarlo, repasarlo y recordarlo, pues cae como un ladrillo en el pulgar, te hace gritar.

Al último y en cuarto lugar, Mr. Brightside de The Killers:

Porque aunque la vida te azote de porquería, puedes permanecer positivo. No hay mejor manera de superar la adversidad. Lo digo constantemente: "Siempre se puede estar peor". Y sí, al muchacho le está yendo de la chingada en la canción.

Finalizaré con una curiosa frase que encontré en alguno de mis curiosos aprendizajes de vida y que convenientemente embona perfectamente en este oficio:

"Sentarte, solo, en un cuarto vacío y preguntarte: "¿Entonces, existo?"

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