"Negativismo autoprovocado: Las pesadillas"
- El Oblivion
- 18 jun 2018
- 6 Min. de lectura

Puede decirse que yo ya he estado muerto. Porque la muerte no es un acontecimiento único, sino que es una transición tan larga como la vida misma. No es algo nuevo lo que digo, todos sabemos que mientras vivimos paralelamente también morimos. Ambas constantes que se acompañan la una a la otra pero nunca se juntan. Otra obviedad: no podemos vivir y estar muertos al mismo tiempo.
Sin embargo, aunque para la mayoría resulte inconcebible, los seres humanos tenemos una curiosa capacidad de saltar de una a la otra y volver sin siquiera darnos cuenta; la soledad, el abandono, el silencio y los sueños, todos ejemplos de la muerte de un ser humano y la evidencia de que la hemos experimentado.
Por otro lado, hemos de reconocer, que hay un solo momento, en el que aquel salto será permanente. Ese, también lo han presenciado, muchos de distintas maneras, otros, como yo, simplemente lo conocemos por rumores e historias.
Pero las muertes siempre son distintas, sean temporales o permanentes, algunas son tan pacíficas que pasan desapercibidas, y otras, tan catastróficas, que alcanzan a marcar a su paralelo opuesto, que es la vida.
Lo anterior, por razones evidentes, no intenta darle a usted lector, una lección de vida y no-vida, sino, que busca introducirlo a la más horripilante de las muertes del ser humano: las pesadillas. Aquellos augurios de catástrofe y malevolencia que hunden al espíritu en desolación, tristeza y terror, aquellas que logran romper con las almas más fuertes y torturar a las menos preparadas.
Dudo que, quien sea que lea esto, no haya experimentado, al menos, el frío tacto y la grotesca sensación de una pesadilla, entonces, entenderá, el terrible sentimiento que provocan, y sin duda, me podrá entender a mi.
Pesadilla #1: Una bruja de distintos colores.
Recuerdo que entraba por un enorme portón al patio de una vecindad, yo entregaba leche, pues, en este sueño, mi oficio sería el de lechero. El típico cliché; camisa blanca, gorrito chistoso y su huacal de tarros de bebida láctea. A primera vista no hay nada, pareciera que aquellas viviendas están abandonadas lo que crea un ambiente lúgubre y penumbroso en aquel escenario. Yendo de puerta en puerta y dejando en cada una, un tarro de leche, siento como si en realidad todo allí estuviera lleno, pues, una agobiante sensación de asfixia recorre mi cuerpo de la cabeza a los pies. El miedo comienza a manifestarse, pues, ahora sé, que no estoy solo en el lugar, el estómago por naturaleza se entume, por lo que me dispongo a escapar de aquella vecindad. Viro ciento ochenta grados para dirigirme a la salida, y justo, frente mío, en una de las ventanas de las casas aparece una arrugada anciana. De cara curtida, de facciones oxidadas y gesto remarcado por el tiempo. Pero eso sí, con unos curiosos cabellos azul pastel. Esta me miraba fijamente, no sé que quería en aquel sueño, si mi alma o una jarra de leche. Pero algo era claro, sus ojos vacíos me anhelaban como un gato a su cena. Mi único instinto en aquel momento, sería voltear hacia cualquier otra parte, perderme entre el infinito cúmulo de hogares, pero nada funcionaba, cada que regresaba la mirada, esta curiosa mujer seguía allí, con sus ojos totalmente perdidos en mí, con su nariz de aguilucho, con sus labios contraídos, y sin embargo, en cada nuevo contacto, su pelambrera tenía un tono distinto, una vez rosada, otra amarilla, alguna gris y por último blanca como la niebla que ahora también reposaba sus ojos.
Algo allí me era problemático, tal vez su insistente mirar, tal vez el constante cambio de color, lo único que era claro, es que sin importar cuantas veces la evitara, aquella bruja siempre esta allí.
Pesadilla #2: Una niña en el baño.
Recuerdo que estaba en la escuela y pedía el impertinente permiso para ir al cuarto de baño. Evidentemente con muchas ganas, caminaba apresuradamente por aquel largo pasillo de paredes de concreto cuya pintura se descascaraba como si de escamas se trataran. Sin embargo, este corredor, era más largo de lo que solía ser, a algo se debía esto, yo no sabía a que. Avanzando más y más por el camino infinito, me encontraba con una niña, de un rostro oculto entre un flequillo. Lucía dócil, penosa, tímida. No haberle hecho conversación fue un acierto, pues, luego de investigarla un poco con mi mirada, de analizar su apariencia tal y como ella se dejaba ver, me di cuenta de la más terrorífica de las verdades: ella era un fantasma. Ambos reaccionamos instantáneamente, impulsados por el mismo sentimiento, el miedo. Mientras despavoridamente corría hacía el fondo de ese pasillo, en donde encontraría la puerta del lavatorio, ella tras mío, pisaba mis talones con su presencia de ultratumba, con sus hórridos lamentos, con su espeluznante ser.
Seguía corriendo, a toda velocidad, así, con todo el susto en las piernas, con toda mi energía en el huir, hasta que, para mi fortuna, llegué al baño de niños.
Orgulloso de mi proeza pensé: "Ahora, aquí dentro, el baño de hombres, no podré ser atrapado por esa niña fantasma." Y sí, estaba feliz por haber entrado, protegerme de aquel ánima del terror, sin embargo, algo me cayó en mente que, provocó en mi el doble de terror del que ya antes había experimentado al encontrarme con aquella jovencita. Resulta que, adentro no me atraparía, ya que ella no podía pasar, pero ahora, yo nunca podría salir. Pues ahí estaría, esperándome, para siempre.
Pesadilla #3: Miedo a la oscuridad:
A mi abuela le encantaba cantarme "El Ropavejero" de Cri Cri, la canción no decía nada más que, en las noches, un tlacuache siniestro recolectaba basura por los alrededores de la ciudad, pero de vez en cuando, este también llevaba niños y para un pequeño niño, eso era aterrador. Recuerdo entonces, alguna vez, que durante las noches de insomnio, por la casa de mi abuela, pasaba un velador, cuyo tránsito era anunciado por el pitido agudo de un silbato. Aquel sonido, penetraba por las paredes del hogar hasta la habitación en la que dormía, su eco terrorífico rebotaba en todos lados y retumbaba en mi cabeza.
Ese para mí era anuncio del Ropavejero, que venía por mí y me llevaría en su costal, junto con su demás botín. Era un criminal, quería encerrarme, quería mi alma. Así superé mi miedo a la oscuridad, pues esta era mi único aliado contra el Señor Tlacuache. Y digo "única" pues, creía que mi madre y abuela eran cómplices de aquella alimaña. Los rincones, entonces, me acobijaban con su negro abrazo, el silencio me protegía en su perpetuidad, se borraba mi imagen de este mundo, y él jamás pudo encontrarme.
En otra ocasión, me dediqué a pensar que pasaría cuando yo dejará de existir en lo que llamamos "vida". Cuando mi alma escapara de mi cuerpo y este se comenzara a pudrir. Me puse a pensar que sucedería cuando yo muriera y me llegó a la mente no más de una cosa: la oscuridad.
Pues en ese momento ni siquiera el pensamiento de "El Paraíso" me reconfortó. Imaginar tan solo que la muerte es un vació eterno, un hueco negro del cual no puedes salir y en el que estarás atrapado por siempre, provoca en cualquier el mayor de los terrores.
El miedo a cerrar los ojos y no volver a abrirlos jamás. A que nunca más puedas puedas sentir el calor recorrer tu piel. A que todo sea un agujero congelado de olvido. A que las lágrimas se vuelvan ácidas.
Dan ganas de llorar, pensar que se vive para nada. Y que pasarás más tiempo en "la nada" que aquí, en el mundo real.
Y cómo ya es tradición, un par de canciones, en este caso de pesadilla. Blackstar y Lazarus de David Bowie:
Blackstar
Lazarus
Las canciones, por si solas, transmite un profundo miedo al espectador. Es una pesadilla hecha música. Curioso que hayan sido parte del último disco de David Bowie antes de su muerte en 2016. Supongo que intentan expresar la agonía y dolor que sentía Bowie luego de un atroz cáncer que acabo con su vida.
In the villa of Ormen, stands a solitary candle.
Pero, la verdad, es que, vivo o muerto, existir ya es una pesadilla por la que tenemos forzosamente que pasar, o, ¿alguien puede demostrarme lo contrario?
¡Ah, claro! Tenía que enseñarles a superar el "negativismo autoprovocado". Pero, en este caso no hay salida, las pesadillas son fenómenos que nos perseguirán por siempre, solo aprendamos a apreciarlas, recordémoslas con cariño, porque son parte de lo que somos, de lo que nos curte, de lo que nos construye. Cómo diría Davy Jones: ¿Le tienes miedo a la muerte?
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