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"Negativismo autoprovocado: La ironía"

  • Edgar ♥
  • 27 jun 2018
  • 3 Min. de lectura

Resulta que, en ocasiones especiales, el “negativismo autoprovocado” se presenta en prácticos paquetes etiquetados y con tabla nutricional. Viene azucarado y con conservadores suficientes para que te dure un buen tiempo, pues la ironía es una marca de ganadería que tatúa la piel al rojo vivo y sin piedad alguna. Pero está bien, de cierta forma, pues con la ironía -diferente al sarcasmo- es más fácil digerir esta maldita vida llena de “negativismo autoprovocado”.

La ironía es ese aderezo confitado que se le echa a la fruta seca para que guste a niños y jóvenes. Esa copa de Merlot con la que degustas un buen corte de carne. Ese plato de avena con el que desayunas cada mañana. Sin ella, simplemente no podríamos tener una vida medianamente interesante, todo estaría lleno de ponzoña y polvo. Pues, la ironía, también, es el sacudidor con el que limpias tus viejos muebles de madera, es el cloro con el que trapeas los pisos y la Coca Cola con la que retiras el sarro de la corona del excusado -por cierto, eviten consumirla, es dañina para los riñones-.

De igual forma, la ironía es como uno de esos pilares de Frank Lloyd Wright, que se miran frágiles desde su composición, pero resulta ser más fuertes que cualquier otra alternativa barata. Pues, a diferencia del optimismo absurdo, cuyas proposiciones son inconsistentes por si mismas, la ironía es tan contundente que te permite curtirte a base de sufrimiento y comedia negra.

Así como los diamantes, la ironía te hace de dureza y densidad, para aguantar cada golpe producido por el “negativismo autoprovocado”.

Pilares de Wright.

Entonces, haciéndole honor al propósito inicial de este espacio llamado “Mi Delirante Vida” (título irónico) les comparto un par de ironías curiosas:

El Florista:

Transitábamos por una calle estrecha en la Ciudad de las Flores, pasábamos entre los baches y las banquetas desgastadas por la erosión del aire y la lluvia. En el paisaje semi urbano parcialmente vacío del lado izquierdo, había una enorme casona atiborrada de requiebro jardín, cuyos patios abarcaban lo que una manzana. Todos cubiertos de bellísimos rosales, claveles, dalias y hortensias. Con margaritas en el pavimento y pétalos enredados en las rejas. Superpuestas una a una y encimadas sin ningún orden. Esa casa iluminaba de colores la desteñida carretera en la que yacía.

Al mismo tiempo, a la derecha, un solitario florista, con sus ropajes sucios, su piel seca y tan solo una tríada de ramos. Sentado en una cubeta de pintura Comex, esperando a que alguno de los transeúntes le compre sus curiosos adornos y regalos.

Me puse a pensar, entonces, cuanto tiempo pasaría antes de que el pobre señor se diera cuenta de que, por lo menos en esa calle, nadie le compraría ni una sola flor.

Una torta de tamal:

Uno supondría que es una estupidez meter migajón dentro de una torta, a la que por cierto se le removió el mismo para meter un tamal. Pero no, las tortas de tamal son aquellas cosas que nos ayudan a superar el “negativismo autoprovocado”, pues, su misma ironía nos recuerda que tan simple es la vida y que tanto sufrimos por lo insignificante.

Una manera sencilla de tener un desayuno completo sin la necesidad de acudir a la opulencia de un establecimiento de pan al centro y jugo para comenzar. De menú de cincuenta pesos y postre incluido.

Las tortas de tamal son esas situaciones sencillas con las que podemos gozar la fútil existencia, pues esta misma, carente de cualquier objetivo, solo se sustenta de todos los pequeños detalles que nos recuerdan que por lo menos nacimos en un mundo agradable.

Disfrutar de su existencia, pan con pan, migas con migas. Sonreír ante ella y tomarla sin objeción alguna, pues, por tan solo unos minutos, nos quita de cualquier peso externo, nos hace creer que somos felices.

Y como generalmente lo hago, la canción con la que todos relflexionaremos, un título irónico.

Mmm Mmm Mmm Mmm de Crash Test Dummies:

Desde el título hasta la curiosa letra, está canción, si bien no te lleva a la ironía, si a una interesante reflexión surrealista. No tiene desperdicio, ni los acordes, ni la voz. Todos en algun momento podemos ser esa niña que, en el vestidor, descubre que tiene marcas de nacimiento en todo el cuerpo.

Julio Cortázar toca el tema de la ironía en su libro Historia de Cronopios y de Famas, cualquiera que se crea alimentado por ella, debe leerlo y descubrir entonces, que todos somos cronopios. Por lo menos todos los que tenemos algo por lo que vivir.


 
 
 

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