Tentaciones II
- Edgartl
- 6 sept 2019
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 27 dic 2020

La soledad no es una prueba. No cuando tu las escoges. Se supone que Cristo está en todas partes, en el corazón de todos sus hermanos, menos en los que lo expulsaron. Dios desterró al hombre del Paraíso y un hombre expulsa a Dios de sí, es totalmente poético, me he hecho de sus facultades; aunque no le guste, me he vuelto Él. Y ahora tengo a otro invitado, a alguien que sí he querido dentro de mi casa.
En el ardor de la tarde la parejita de golondrinas en mi ventana anunciaba que ya era momento de comenzar lo que se planeaba desde hace tiempo. Cuando comienza a anochecer ese par de avecillas se acurruca en el marco del ventanal de mi salón esperando dormir una noche más a merced del calor.
Es lógico, uso focos de luz amarilla, algo relacionarán ellas, sabrán que es la que más calor transmite, sabrán que se asemeja al Sol o al igual que yo les parece inverosímil el foco que compre igual nada cambia al respeto.
Me había dicho (mi hermana, no la golondrina) que cuando el suelo se empurpurece es cuando debo prender los cirios. Invocar Ángeles es un proceso frívolo, bien ellos saben que son criaturas tanto hermosas como inaccesibles, pero el que yo llamo es un cuanto especial.
El lucero de la mañana, eso me dice su nombre. Ser la luz en el Cielo es trabajo de Dios. Intentar ser como Él es el mayor de los crímenes, nadie se le asemeja y nadie puede intentarlo.
Por otro lado, Dios de alguna manera comprende que obviamente somos capaces de igualárnosle. Él nos dio un poder oculto, la capacidad de retarle. Es cierto que no hemos jugado bien nuestra mano, pero obviamente nos hemos aproximado. Nos inundó una vez y nos juró ya no hacerlo, es como si lo hubiéramos atado de manos. Una negociación es una lucha de poderes, cuando las dos partes aceptan los términos cuando ambas fuerzas son iguales. O Noé se le igualó a Dios o el Todopoderoso sí es compasivo.
Cuando el púrpura se vuelve índigo debo quemar las hierbas de olor. Dios nos ha enseñado a ser como somos. Defraudamos a Dios porque si bien, somos como Él, no con la misma eficacia. Como todo buen Padre espera que su hijo haga exactamente lo que en su momento logró. Pero válgame, ni Jesús ni yo podemos lanzar plagas de nuestras manos.
Cuando el índigo es negro lo comienzas todo. La fuerza de la avaricia propicia a regar mi sangre en su suelo. Suelo sacrílego de donde nacen toda clase de gusanos rastreros en busca de carne muerta y pecadora. Exudan mis lágrimas saladas que riegan la perfumada roca milenaria en la que se erigió Su iglesia y en la que yo irrumpo con cinismo. Llamo desde mis entrañas con mis jugos intestinales a la criatura más hermosa que jamás Dios creó y cuyo orgullo divino le propició las tinieblas, cuya ira angelical le premiaron con fuego, a cuya envidia primigenia le salpicó la piel de inmundicias. Preséntate ante mí, estrella de brillo inigualable, tu fiel siervo en busca de respuestas, que te tengo un trabajo: un deseo para mí; tu antes sirviente y ahora tu amo.
Llámate con el nombre que quieras: Lucifer.
En los tiempos de oscuridad no había nadie allí para con ellos. Cada devoto pone cuanta fe en Dios puede, todos son temerosos, todos son obedientes, así nacen: sumisos, cobardes, sin autoridad por sobre sí mismos. Juegan a lo que Él quiera, comen lo que se les ordena, tienen la mujer que se les impone. La voluntad del hombre siempre se ha subyugado; ante nadie, porque Él no está ahí, no para ustedes. Está para su propia voluntad y se los ha demostrado, se ha divertido con ellos tratándolos de marionetas, de muñecos de barro que se pueden hacer y deshacer a su antojo. Pero no es un secreto, se ha encargado de ser explícito al respecto, sin embargo, no lo entienden, su mirada siempre está hacia arriba, ignorando a quienes les cuidan desde El Suelo.
Criatura de miles de ojos, voz de los rechazados, canto de los blasfemos, bandera de los inconformes, ahora tú eres la voluntad de su hijo, que mi casa sea tu refugio, que mi alma la ofrenda y que mi palabra un juramento. Sean bendecidos los que aún le tienen miedo, pero a mí, compláceme con tu presencia, ¡oh, criatura tan hermosa! Quitémosles a los hombres el miedo de ser tentados.
Qué mi presencia no sea vino amargo en esta tu cena, valiente hombre. Que el olor de los infiernos no asquee a tus invitados, que los llantos que tras mío vienen no sean más que un arrullo esta noche.
Solo tu imagen es suficiente para tenernos saciados. Se te ha desaprobado demasiado, pero hoy ante nosotros eres el único Rey de Reyes.
Del orgullo viene el oprobio. Que sea tu orgullo tu condena. A Dios no le gusta que no le presten atención. Y me llamaste porque lo sabes. Tu vida ha sido miserable, ¿por qué otra razón acudirías a mí?
Eres sabio, incluso tanto como Él. Acertaste en mi miseria, de otra manera no te habría llamado, tengo necesidad: la vida aquí es fría, es una invención absurda, un café con sabor a agua, un trozo de carne que es solo sangre, un mal sueño, uno sin despertar. He jugado mal con mi papel de hombre, he perdido todo lo que se puede perder, me he sumido en los arenales más profundos y cuando he rogado al Espíritu Santo no ha respondido más que su impasibilidad.
Y creíste que conmigo sería diferente. Y por qué ayudarte. Me has hecho venir solamente porque te soy de utilidad. También tenemos emociones y pasiones, incluso los que han muerto resienten su pasado en vida con dolor o nostalgia.
No finjas que te importa, Señor, te aprovechas del sufrimiento y la necesidad del descarriado. ¿Ahora que me impongo ante ti me dices que te he ofendido?
¿Por qué hablas con tanta seguridad sobre mí? Cómo si me conocieras, cémo si fuéramos viejos amigos y de muchos milenios. Este es el problema de los hombres, se hacen dueños de todo, incluso de lo que no conocen. No me hagas perder el tiempo.
No te conozco porque aún no te presentas ante mí, solo he escuchado tu voz dentro mío, ¿por qué no te muestras?
¿Ese es tu deseo? ¿Qué me muestre ante ti?
Es lo que deseo, Señor mío, que tu presencia me dé todo sentido, que pueda saber que más allá del temor a Dios los hombres podemos confiar en que podemos tener voluntad propia; quiero tener la certeza de que no solo existo para servirle a Él, que puedo ser algo distinto, puedo servirte a ti o a mí mismo.
Arrogante si piensas que esa es una decisión que te corresponde. ¿Qué precio estarías dispuesto a pagar por un poco de libertad?
¿Qué quieres de mí?
Esa es una pregunta astuta, sabes bien que de ti no quiero nada, por eso te propongo ofrecerme un trato. Pero, si por supuesto de ti no quiero nada, eso es lo que me puedes ofrecer. Sin embargo, no es fácil. De ti no quiero nada, entonces te ofrezco todo. Tendrás lo que quieras a cambio de tu descanso eterno. No podrás entrar al Edén, eso no te importa. Pero tampoco entrarás a mi Reino; tu alma será condenada a un recorrido eterno, sin paz, sin dolor, sin alegría, simplemente caminar por las arenas del Cuartel Vacío y por las aguas del Ganges.
¿Por qué harías eso por mí?
Simplemente acepta el trato o recházalo. Cierra tus ojos mientras puedas, pues cuando los abras frente tuyo habrá un espejo, ahí solo te verás a ti mismo, tu imagen como se vería en cualquier otro lugar. En el espejo se ve lo que los demás no pueden: vanidad, orgullo; envidia y avaricia; el reflejo del hombre no es más que un perturbado retrato de su propia realidad. Detrás de ti estaré yo. Podrás verme si así lo deseas, podrás conocerme y conmigo a tu respuesta. Mira al espejo hasta que yo desaparezca y libérate de mi juego si lo crees pertinente. O sede ante tu tentación y mírame, obtén tu respuesta, paga tu parte. Te estoy dando la posibilidad de que no sea ni yo, ni Dios los que elijamos tu destino, te estoy dando esa voluntad que tanto deseas. Sólo decide qué mirar. Tu rostro o al ángel más bello de Dios.
Y así fue, decidí, elegí el camino que tomaría, abrí los ojos y frente mío había un espejo como cualquier otro y estaba mi rostro, desgastado, envejecido; ese rostro tan ajeno al que me daba tanto miedo enfrentar. Esa era su prueba, verme fijamente, elegirme por sobre todas las cosas, una lección de autoestima. Tan absurdo, tan hipócrita de su parte. Por eso volteé, quería verle, quería vencerle en su propio juego. Conocer su mirada, sus hermosos ojos, su cabello dorado, sus mejillas rojas como el fruto prohibido. Y cuando mis narices por fin estaban frente a las suyas, no lo vi, No estaba Él. Estaba yo; yo de nuevo, pero no en un espejo. Era mi imagen, mi cuerpo, mi rostro, mi despavorida vista, mis ojeras, mis arrugas, mi despeinada cabellera, mi deslavada piel, mi desaliñada figura, no estaba esa mirada seductora, no había ningún tipo de belleza, solamente yo. Habría deseado tanto ver tan siquiera cuernos y pesuñas, pero ni eso. No hubo elección, ni hubo Diablo, ni Dios; no hubo respuesta, ni juego, ni trampa, ni destino. Sólo hubo castigo, sólo engaño. Solo estaba yo.
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