El hombre al que no le gustaba comer solo.
- Edgar Alcántara
- 2 feb 2023
- 6 Min. de lectura

Muy muy de noche, ya habiendo rebasado -bastante- su hora de dormir y bajo sus cobijas mi hija me pidió que le contara una historia, como siempre lo hace. No había razón para negárselo, yo la acostumbre a eso. Sin embargo, está vez me pidió una historia diferente. Me lo dijo justo cuando ya había tomado de la repisa el libro de cuentos que me resultaba infalible para dormirla a ella y a su hermano.
¿Algo nuevo? Eso es muy raro, pero me decía “¡Sí, mamá! Algo nuevo”. Y pues tampoco me pude negar, los niños imaginan cosas y nosotros fuimos niños, también puedo imaginar cosas. Entonces imaginé, imaginé e imaginé… Si es nuevo no pueden ser ni princesas, ni príncipes, ni dragones, ni castillos, ni nada de esas burradas que Disney ya utilizó bastante y agradezco porque había hecho mi labor de imaginar muy, pero muy fácil.
No sé ustedes, pero a mí mis hijos me ponen nerviosa, quiero decir, se me quedó mirando esperando que mamá contara la mejor historia del mundo, pero, mi amor, mamá es una pendeja en este momento. Las nuevas ideas se piden con, al menos, una semana de anticipación; bobita, bobita. Veamos, todas las buenas historias tienen un trasfondo profundo con el que el espectador empatiza… ¡Ya sé!
Había una vez, en una ciudad como esta, triste y contaminada, un hombre que merodeaba por las calles todos los días buscando cómo pasar el rato. Cargando siempre con un morral sin color, la gabardina del diario y sus botas maltratadas por la grava, este hombre caminaba por horas buscando algo que lo llene de sentimientos y entusiasmo…
Aquí mi hija me miraba perpleja, ella sabía que mi historia no era muy buena. “Mamá, eso es muy triste”. Y se va a poner peor mi amor, porque tu mamá tiene muchos traumas…
Este hombre, de apariencia también triste, saludaba a todas las personas con las que se cruzaba con inusual amabilidad, como buscando en cada nuevo rostro un amigo. A todos y todas les sonreía con una mueca casi siniestra. La gente siempre le daba una sonrisa devuelta, nadie nunca fue déspota con él. Quien fuese que se lo topara lo saludaba como a otro íntimo más. Quienes lo veían por las calles, lo señalaban como “El Hombre de los Mil Amigos”.
Esto le alegró mucho a mi hija, a ella le gusta que todo el mundo sean amigos. Junta a todos con todas para que todes sean más felices juntos. Ya se imaginarán que su rostro se transformó a uno un poco más… aprobativo…
Muchos podrían pensar que este merodeador siempre volvía a casa satisfecho sabiendo que con su sonrisa villanesca le habría alegrado el día a un par de decenas de personas. Pero no, el siempre estaba deprimido. Sus días no eran solitarios, de hecho, él tenía verdaderos amigos y amigas. Gente que lo acompañaba para pasar el rato. Con “Sultanito” hablaba de los deportes, con “Minervita” hablaba de novedades, con “Franquito” habla de las finanzas y con “Rebequita” habla de las demás personas y se ríen por horas y por horas.
A mi hija le encanta el hombre solitario que saluda a todo mundo. Tanto le encanta que ella hace lo mismo en la calle ¡qué pena! Pero bueno, sigamos.
Lo que en verdad deprimía a este hombre, era que él sabía que no todo es para siempre. No todos los cielos están siempre despejados, y a veces, incluso cuando lo quieres evitar, las tormentas se precipitan encima de uno volviendo oscuro hasta al día más alegre…
Y aquí mi hija estaba como (??????????) y yo estaba tipo “Lucía (yo), por favor, sosiégate te están escuchando tus hijos”. Entonces le bajé un poco el tono…
Este hombre no tenía con quien volver a casa. Sus amigos siempre se despedían de él porque todos tenemos nuestras vidas propias. Pero a él le acongojaba tener que volver a su ansiosa monotonía. A su encierro, a su aburrimiento, a su silencio. Si todos tenían a alguien en sus vidas ¿Por qué el debía de comer solo? Y es que, amiguitos, este era un hombre al que no le gustaba comer solo.
(Arremedando) “¿Por qué no le gustaba comer solo, mamá?”
Ya voy, hijita, espera… Bueno, es que yo tampoco sabía porque al hombre no le gustaba comer solo, se me acaba de ocurrir, pensé que era buen plot twist, pero ahora tengo que terminar una historia que no sea tan mala como para que Adam Sandler la dirija…
Este hombre no solo no le gustaba comer solo, lo odiaba, agonizaba cuando lo hacía. Tanto que prefería no hacerlo. El no creció en el mundo de los celulares, TikTok y el déficit de atención. El comía siempre acompañado, para él, la comida sabía más deliciosa cuando la compartes. Siempre recordaba a sus hermanos y a sus padres sentados a su lado. El hizo su vida solitaria y cuando te apartas del mundo el mundo se aparta de ti. Todos se alejan y comienzas a extrañar el pasado, te arrepientes de tus decisiones, anhelas los recuerdos y solo sientes nostalgia…
De nuevo mi hija estaba confundida. Tuve que volver a detener mi tren porque no quería ser el tema de conversación de mi hija con su psicóloga. Pinche vieja como me caga, nada más porque no quiero que mi hija tenga mommy issues de adulta… (Respira)
Bueno sigamos.
Cuando este hombre salía a la calle, no era para buscar aventuras o experiencias, era para encontrar a alguien con quién comer. Generalmente lo lograba, siempre hacía un nuevo amigo o amiga a quien le invitaba una deliciosa comida. Al principio su cacería era siempre exitosa, pero como pasaba el tiempo, se le hacía más y más complicado al hombre solitario encontrar a alguien que le hiciera compañía. Eso lo hacía desesperarse. Tomaba medidas drásticas.
No se preocupen en esta historia no hay secuestros…
Cuando conseguía a alguien con quien comer, se atragantaba con comida como oso en otoño para luego echarse un sueñito de días y así alivianar su búsqueda. Sus comilonas eran legendarias. Comía tanto y luego dormía mucho mucho más que termino subiendo de peso hasta parecer un globo de feria. Su desesperación por tener compañía era tal que se volvió peligrosamente obeso y luego, por un ataque fulminante al corazón… murió.
Moraleja: Todo con medida
¡¡MAMÁ!!
Bueno pues, no murió. Es un cuento para niños, esta historia debe tener un final feliz donde todos sean felices por siempre y los conflictos se resuelvan porque si no, el próximo miércoles, tendré que hablar 30 minutos con la pendeja de la psicóloga, uy pinche vieja…
Sin embargo, su obesidad duró poco, porque cada vez se le hacía más difícil encontrar a alguien. Comenzó a aguantar varios días sin comer gracias a su exceso de peso. A veces pasaba hasta una semana en lo que encontraba una compañía. Pero no fue hasta un día, que, casi en los huesos, este hombre conoció a otro: un artista. Y se enamoraron, comenzaron a verse casi todos los días, luego ya era diario. Se amaron, a nuestro hombre solitario le gustaba su arte y al artista le gustaba el alma tan bella que tenía el hombre, eran la pareja ideal. El hombre solitario ya tenía con quien comer siempre. Ya no era solitario.
“¿Y vivieron felices por siempre?”
Pude haber respondido “Sí, mi amor. Vivieron felices por siempre”. Pero seamos honestos, ¿qué pendeja historia acaba así? Esta pendeja historia definitivamente no. No sé que clase de madre quiero ser, pero seguro es que no quiero estar consolando a mi hija de 18 años (en el futuro) cuando la corte un novio, mamá no es para eso. Los niños no son débiles, los hacemos así ¿verdad…?
Pero, ¿recuerdan que las cosas no son para siempre? Ni los amigos ni el amor lo son. Un día, mientras el hombre comía con su amado, el artista decidió pronunciar que ya no le bastaba con comer juntos todos los días. Lo que para el hombre era fundamental, para el artista era monótono. Un día, por la mañana, el hombre solitario volvería a sufrir la agonía de comer sus cereales solo, su amado se había ido. Estaba destrozado, lo había perdido todo. Y tratando de ver adelante volvió a su odisea eterna en busca de compañía para merendar. Y así fue por muchos mucho tiempo. El hombre solitario trataba por su cuenta ser feliz, por siempre.
Esa debería ser la moraleja ¿no? Todo se puede superar, nada es para siempre, solo nuestra lucha por ser felices. Es algo que los niños deben entender, son inteligentes como nosotros. No son debiluchos, son pequeños guerreritos que algún día librarán sus propias batallas…
Pero es que mi historia no pareció dejar satisfecha a mi hija, algo la consternaba.
“Mami, ¿y qué paso con el hombre solitario?”
No sé, mi amor. Creo que solamente murió de hambre.
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