Hay un cigarro en mi mochila.
- Edgar Alcántara
- 27 ene 2021
- 5 Min. de lectura

Tengo un cigarro en mi mochila. Un maldito cigarro en la bolsa delantera de mi mochila, donde guardo mis cosas personales. A ver, "qué idiota de su parte", dirás. "¿Qué importa lo que hay en la bolsa delantera de su mochila?" Pero ¡¿qué hace un cigarro en la bolsa delantera de mi mochila?! Es que tú no entiendes: yo no fumo. Por tanto, si yo no fumo, no tiene sentido alguno la presencia de tabaco. Porque, además, no es una cajetilla, es solamente UN CIGARRO. Eso quiere decir que alguien, probablemente un fumador, abrió mi mochila, la bolsa del frente (¡dónde guardo todas mis cosas importantes!) y puso allí su puto cigarro ¡carajo!
Es que veo que aún no lo captas, el cigarro no es el problema ¡alguien abrió mi mochila…! ¿Qué quieres decir con que exagero? A ver, es que no estás tratando de comprender. Todos los días antes de salir a la universidad tomo mis libretas y mis plumas (dos negras y una azul) y las coloco junto a mi laptop en la bolsa más grande de mi mochila que, por cierto, es de color negro con dos cierres. Luego, ya que guardé lo que no me interesa, abro la segunda bolsa (la del cigarro) y ahí coloco las cosas importantes. ¡Las que tú no debes conocer! En seguida cierro todo y me voy pero, de nuevo: ¡solamente yo debería saber lo que sea que hay dentro de la bolsa delantera de mi mochila!
Sea lo que sea. No son cabezas o algo verdaderamente embarazoso. Simplemente son mis malditas cosas, que deliberadamente alguien husmeó mientras (¡aún más deliberadamente!) abrió el cierre y puso (con la mayor insolencia, nunca antes vista) su pinche vicio en mí mochila. Y es que lo que más me come la maldita cabeza es, en qué puto momento (ya estoy que me lleva la chingada). Ojo, cuando llego a la universidad no voy y voto la mochila en donde sea, ahí donde cualquiera puede ver mis cosas. Si es que sucede, que me siento en una mesa, mi mochila va justo en mis pies donde NADIE, sino yo, puede acercársele. De tal modo que, si alguien quiere ver lo que hay dentro, debe matarme primero.
Ahora, siempre existe la posibilidad de que yo vaya al baño y deje la mochila a su suerte. Sin embargo, no es tan sencillo. Yo cuando me alejo de mis pertenencias las acomodo milimétricamente tal que, si alguien se atreve a tocarlas, no habría manera de que no me diese cuenta: primero dejo la mochila en donde era mi asiento, la recargo para que las bolsas estén justo contra el respaldo de la silla. Seguido, pongo mi abrigo justo encima de mi mochila. NADIE, debería mover nada y salirse con la suya. Además, justo hoy, no he ido al baño (ya fui en mi casa), mi mochila no ha estado sola. Y si repaso a plenitud quienes me han acompañado, ninguno de mis amigos en realidad fuma. A todos nos parece medianamente repugnante y solo lo haríamos en situaciones absolutamente importantes. Nadie de ellos ha comprado siquiera una cajetilla en los últimos días.
Hasta este punto, todos los que están conmigo se preguntan por qué tengo la mirada tan perdida, por qué no he participado en ninguna de las conversaciones que han tenido. Por qué estuve tan desatento en clase, por qué casi tropiezo caminando en el campus, por qué parece que estoy a punto de asesinar a alguien. Y es que la incertidumbre más que preocuparme me hace enojar. Sin duda no puedo tolerar no saber las cosas, especialmente aquellas que son tan íntimas para mí. ¿Acaso a ti no te molestaría nunca saber quién fue el que vació tu refrigerador apenas una hora después de que lo llenaste? Por supuesto que te daría rabia no saberlo. Ninguno de nosotros es capaz de conformarse con la ignorancia o con la perplejidad. Nos preguntamos todas y cada una de las cosas que suceden a nuestro alrededor, solo que la mayoría son incapaces de responder la mayoría, por eso se resignan a Dios y su omnipotencia. Con los astros y su influencia sobre ellos. El Karma o las conexiones cósmicas.
Yo por supuesto rechazo eso. Rechazo en lo absoluto no poder comprender algo y peor aún, algo tan trivial como un cigarrillo intruso. ¿Quién sería yo si no puedo desenmarañar este enigma, sino un perdedor más del montón de conformistas? Necesito esta respuesta y necesito saberla ahora. ¡¿De dónde carajos salió este cigarro?!
Además, no puedo tolerar como nadie siente la mínima empatía por lo que siento. Es obvio que estoy atormentado y sin embargo me siguen dirigiendo la palabra, con su tonito de preocupación antipática. “Necesito que te calles un momento” me gustaría decirles, pero a duras penas alcanzo a sollozar un “Sí, sí, estoy pensando”. Todos se levantan y se sientan de la mesa, dan vueltas por toda la cafetería, hacen un circo rutinario de actividades cotidianas que en este momento no estoy dispuesto a tolerar. ¿Por qué todos hacen malabares justo cuando estoy pensando?
Te juro que ya no puedo, la ansiedad me carcome el estómago, incluso siento como se me cae el cabello. Quiero gritar, definitivamente quiero gritarle a alguien ¿POR QUÉ HAY UN CIGARRO EN LA BOLSA DELANTERA DE MI MOCHILA? Y sí, estoy a nada, a un impulso, que uno de ellos la cague y de pronto salta el tigre. No, obstante en mi furia, de repente llega alguien, ese amigo al que catalogas como “perdedor” por siempre llegar tarde a clase y pasar de panzazo todas las materias. Llega tan quitado de la pena, como si nadie lo atormentara y viéndome directamente, con aquella mirada tan estoica y relajada, que se enfrenta al moño que tengo por expresión y dice: “¿Alguien aquí tiene un cigarro?”. La mueca de encabronamiento que tenía instantáneamente se vuelve una sonrisa de vergüenza, de esas que no sueltas por orgullo. Saco el cigarro de la bolsa (no de mi mochila, sino de mi chamarra) y le digo “Ten, te lo regalo”.
Lo tomó, lo examinó, lo olió y por algún motivo determino que era adecuado para él. Me dio las gracias y se fue a fumarlo, lejos de la mesa en la que yo estaba sentado. Todos se me quedaron viendo sorprendidos: “¿Wey, desde cuando fumas?” Me preguntaban. “Yo no fumo”, respondía con indiferencia. No obstante, todos dudaban de donde había sacado el tabaco si es que no lo consumía. Yo simplemente respondía con una mueca de “no lo sé, solamente estaba allí”. Todos creía que era un fumador, todos creía que me veía muy cool sacando cigarros de mi chamarra. Todos pensaban cosas idiotas, menos yo. Yo pensaba en aquella magia que había hecho que aquel momento hubiera salido perfecto para mí. Maldita sea.
Y así me deshice de mi problema, habiendo desperdiciado quince minutos útiles de pensamiento, con los que pude, sin duda, descifrar algún enigma universal, o de perdida organizar mi mañana. Con el único de mis amigos que fuma, repentinamente, preguntando, al aire, si alguien tiene un cigarro que le regale. Así sin más se fue aquel tubo de cáncer, pero yo me sigo preguntando: ¿Por qué no puedo dejar de pensar en él? ¿Cómo carajos llegó este allí? ¿En qué momento llegó un cigarro a mi mochila?
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