Te quiero y te quiero queer.
- Edgar Alcántara
- 1 jun 2021
- 2 Min. de lectura
Actualizado: 2 jun 2021

Hace tiempo, recordando, solía decirme a mí mismo que en algún momento, en el futuro, iba a enderezarme y volver al camino del buen ser. Obviamente eso nunca ocurrió; un dicho popular dice que aquel árbol que nace torcido su tronco nunca logra enderezar. Particularmente esa frase siempre me pareció trivial e insignificante, siempre creía en la redención, en la corrección, en que todos podemos, de alguna forma, cambiar. Pero mientras más lo pienso más absurdo se vuelve. La realidad es que somos como nacemos, o nacemos como siempre seremos. No hay frivolidad que oculte quienes somos: detrás de cada capa de plástico siempre hay carne y huesos; los vestigios de un ser humano, que es único en su única forma.
Si hace 6 años, hubiera conocido a quien soy ahora, definitivamente habría perdido la esperanza de alguna vez, recuperar la rectitud. Sin embargo, estoy completamente agradecido de nunca haberla hallado.
Todos los miedos son superables. Curiosamente me contradigo: a los miedos sí los puedes cambiar. Porque cuando mi miedo era, efectivamente, ser quien soy ahora, no habría podido soportar enfrentarme a aquel espejo que plasma la imagen de mi rostro pintado de delineador y lápiz de labios. No hay duda alguna, que jamás habría concebido el ponerme tacones y presumirlos despreocupadamente a todo aquel que se me cruzara. Y sin más, ese miedo de “ser el joto que todos esperaban” fue realidad.
Salir del clóset luego de negar fervientemente que no era gay resultó bastante humillante. Pero la falsa humillación se pasa rápido cuando de tus hombros desaparece un peso enorme; cuando detrás de una confesión viene la aceptación. Después de todo no es mi culpa que fuera humillante. Yo no pedí nacer como nací, en un mundo que no puede tolerar a la gente diferente. Que me ve como objeto de morbo y palabrería absurda.
Definitivamente nadie está preparado para nosotres, el rechazo a lo que es diferente es algo sumamente normal, casi justificable si me lo preguntas; entre más idiota es una persona, más miedo le tiene al cantar de lo desconocido.
No hay duda alguna de que soy más feliz ahora, de que luego de salir del clóset y cerrarlo, para siempre, tras de mí, fue lo más reconfortante que he hecho jamás. Que, sin duda, haberme quedado ahí más tiempo habría sido un error. Quiero que esto que se lee ahora, estás palabras de color negro, sean para todos aquellos que me hicieron creer que debía seguir ahí dentro. Para quienes me señalaban por afeminado, para los que me decían “joto”, para los que apostaban en mi nombre. Para quienes expectantes, como entretenimiento de cabaré, esperaron pacientes a que saliera y por fin decir “lo sabía”. Para los que lucraron conmigo: tenían razón. Pero su razón es ahora mi felicidad, así como la felicidad de muches otres, que han luchado por ser elles mismes, que han dado sus vidas por que todes seamos libres.
En mi sangre corre mi propia lucha, mi propia persecución, mi propio reencuentro. En mi cuerpo se pinta mi estandarte, mi bandera, el cuerno que toca la canción de guerra que anuncia mi última batalla. En mi corazón, el amor por todas, todes y todos.
Que nunca les hagan dudar quienes son. Les quiero y les quiero queer. Hoy, siempre y por siempre.
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