top of page

Yo nunca he tenido miedo.

  • Foto del escritor: Edgar Alcántara
    Edgar Alcántara
  • 24 dic 2020
  • 4 Min. de lectura

Actualizado: 27 dic 2020

"Carmela, vi al Diablo".

Yo nunca he tenido miedo. Suelo recordar, y con lujo de detalle, una noche de mi infancia en la que vi lo que nadie debería ver. Mi casa era pequeña, lo suficiente para sentirnos cómodos viviendo allí. Pero también era grande, lo suficiente para nunca aburrirse en ella. Mi madre decía que cuando las gallinas cantaban como gallos alguien moriría pronto. Yo por supuesto se lo creía, nunca había tenido razón alguna para ponerla en duda. Ella por sí misma saludó al Diablo.

Había trasnochado, desperté con muchísimas ganas de orinar; desde mi habitación tú podías ver una gran valla de concreto que limitaba mi patio de las demás casas. No sé que clase de sentimiento extraño me motivo a ir fuera. Quería ver los arboles abrazados por la luz de luna. Por supuesto que no había mucha; la luz no era un recurso muy abundante por allí, mucho menos de noche; y yo salí. Salí y exploré con la mirada, ya ni siquiera tenía ganas de ir al baño, lo olvidé por completo.

Era una noche fría, demasiado fría. En donde abundan los árboles se guarda la rasca, el viento era renuente, de hecho, siempre ha sido así, sin embargo, hoy parecía que tenía la voluntad de hacer lo que quisiese. Y yo estaba debajo del marco de la puerta. Ese cancel por el cual cruzabas de mi casa a la helada noche. En aquel antiguo patio el cual recuerdo muy bien, había mangos, una familia que asemejaba a la mía, grandes algunos, otros muy pequeños. Mangos en los que disfrutaba jugar con mi hermana, los escalábamos, nos columpiábamos, era el sueño de cualquier niño; lo digo por experiencia. Y algo había que quería ir al mango, pero el viento me advertía, como si quisiera que yo permaneciese dentro. Y exploraba con mi mirada, esa oscuridad misteriosa, esa noche que recuerdo como si la hubiese vivido ha tan solo un sueño de distancia.

Giraba la cabeza y juro que no veía nada, pero de la puerta no me podía mover. No sé si lo han experimentado, como si el aire te silbase en los oídos, te cantaran una canción. Me había aburrido cuando me regresó la necesidad a la vejiga; di media vuelta y fui al baño. Yo ya no tenía sueño, una vez más quise regresar a aquel portal, a esa escandalosa brisa, a esa seductora noche. Volví a abrir la puerta, volví a ver hacia los mangos. ¿Qué esperarías tú? Que las cosas se hubieran quedado como estaban: la misma estampa de 10 minutos atrás en el tiempo.

Justo en el mango donde yo y mi hermana jugábamos, había una mujer; no sé si era hermosa, no sé si era joven, no sé si era humana o si era mujer. Abajo del árbol y me observaba, a su lado había un par de niños, eran pequeños, eran como yo. Como dos amiguitos nuevos, jugando a lo que mi hermana conmigo, daban vueltas por aquel árbol, jugaban con quien se supone era su madre. El fantasma parecía yo, parecía que no me notaban, en realidad dudo que en ese momento existiera. Ninguno de esos tres personajes en realidad me veían. Nadie se movía de sus posiciones, parecían horas eternas, verdaderamente ni sé cuanto tiempo pasó. Hasta que algo me hizo ver hacia arriba, allí dónde escalábamos para columpiarnos, en aquella rama gruesa que solo podía aguantar a unos niños pequeños.

¿Cómo sabes como luce Satanás? La realidad es que nadie te prepara para eso, solo lo sabes, lo reconoces. Se columpiaba como yo lo hacía, jugueteaba en la misma rama donde yo lo hacía, se divertía, incluso más de lo que yo jamás me habría divertido. Reía, una risa horrible, pero imposible de no disfrutar. Era extraño, me daban ganas de ir con Él, pero por cualquier razón no lo hice. Cerré la puerta y corrí a donde mi hermana, la desperté: “Carmela, vi al Diablo”. Ella es un año mayor, ambos éramos niños, pero creí ingenuamente que ella me ayudaría. Me acompañó al cancel, en cualquier historia al abrir la puerta todo estaría normal, ella no vería nada en los árboles, quedaría como un loco, un niño mentiroso, un hazmerreír. Pero no, abrimos la puerta y los cuatro seguían ahí; ahora era distinto: era peor.

La mujer nos esperaba, si su mirada antes me atravesaba como si nunca hubiera estado yo ahí, ahora nos tocaba, casi nos golpeaban esos ojos malignos. Los niños ya no jugaban, simplemente estaban quietos. Y Él seguía columpiándose; ahora era irresistible, jamás tenía tantas ganas de jugar. Ella nos llamaba, me decía que fuera con ellos, con sus manos, con su voz, con sus ojos. No sé que fue, no sé que evitó que mi hermana y yo nos moviéramos de la puerta; Carmela logró cerrar el cancel, alejarnos de ahí.

Cuando mi hermana describe esa estampa lo hace exactamente igual a mí, ambos vimos lo mismo, eso no hay duda, ambos vimos al Diablo, a ambos nos trató de conquistar, con sus cuernos de carnero, con su pelaje negro, con su figura esbelta, con sus ojos de fuego, con sus rodillas al revés. Mi madre nunca me tomó a loco, me creyó. Carmela se lo contó a mi padre, dos historias idénticas. No sé si sentí miedo, la verdad, hasta hoy no sé que sentí. Pero si por algo estoy seguro es que, desde ese día, nunca más he tenido miedo.

 
 
 

Comments


bottom of page